De los 45.000 internos que cumplen sus penas en las cárceles españolas, un número muy relevante lo hace por haber cometido delitos contra la Salud Pública. Entre ellos están ‘camellos’ que ingresan en prisión por su multirreincidencia, traficantes de mediana escala y también algunos capos. «Los narcos son admirados». Xoán Carlos Xil, subdirector de Seguridad del centro penitenciario de A Lama (Pontevedra, España) realizó la semana pasada una completa radiografía sobre los distintos elementos que alteran la vida en prisión. Lo hizo en A Estrada, coincidiendo con la jornada sobre narcotráfico y violencia promovida por la Fundación Galega Contra o Narcotráfico y la Xunta de Galicia.
“La convivencia dentro de la prisión es bastante pacífica», expuso, al tiempo que matizó que «actualmente el factor desestabilizador de los centros penitenciarios en España es la entrada de drogas en la prisión». Y A Lama, que cuenta con el elemento añadido de la gran cantidad de droga, especialmente cocaína, presente en la provincia de Pontevedra, es un ejemplo claro de ello.
La incidencia del crimen organizado dentro de la cárcel es también notable. En ella se unen integrantes de bandas de ladrones de Europa del Este con terroristas, yihadistas o no, miembros de grupos de inspiración latina, sudamericanos o no, delincuentes sexuales, machistas y violentos. Sin embargo, por encima de todos ellos se sitúa el narco. «Son yonquis del dinero», detalla Xil.
La mayor parte de los internos en el centro penitenciario cumplen sus condenas en segundo grado. Solo el uno por ciento de ellos está en primer grado (el más restrictivo), mientras que un 20 por ciento se hallan en segundo grado, lo que incluye más interacción con el resto de internos. «La reincidencia es muy superior entre quienes cumplen sus penas en primer grado, y se va reduciendo según se va subiendo el grado», detalla el subdirector de Seguridad, que tiene claro que las medidas tendentes a la reinserción social que se llevan a cabo en prisiones como A Lama arrojan buenos resultados.
«Es una realidad incontestable que existen personas que en el marco del crimen organizado continúan delinquiendo dentro de la prisión», admite Xil, que explica que en toda España están catalogados solo 240 reclusos como integrantes del crimen organizado, pero señala que «su peso específico es enorme. Además resultan los más difíciles de perseguir, pues tienen buena conducta».
Otros reclusos relacionados con la criminalidad más violenta que han causado ciertos problemas en A Lama han sido los integrantes de la mafia georgiana, normalmente dedicados a los robos en viviendas. Por orden de un superior jerárquico han llegado a desestabilizar prisiones, pero «se dispersan y se soluciona», detalla el funcionario, que subraya que ese sistema no sirve con los narcos.
Un ejemplo de la incidencia de la droga en el interior de la prisión se produjo durante la pandemia de la covid-19, cuando, por orden del Gobierno central, se aislaron, de facto, los centros penitenciarios, restringiendo hasta el extremo el contacto con el exterior. Cuando los funcionarios pensaron que eso sería un caldo de cultivo para problemas, ocurrió lo contrario. La droga dejó de entrar y la cárcel fue una balsa de aceite.
«La droga triplica o cuadruplica su valor en el interior de la prisión», explica Xoán Carlos Xil, que revela que «diez gramos de hachís pueden costar 140 euros», lo que hace que se creen «pequeñas mafias» en torno a las sustancias estupefacientes. «Todo gira alrededor de las drogas, aparecen armas blancas y se inician las peleas», añade.
Un nuevo actor que está apareciendo con cada vez más frecuencia ya no solo en el centro penitenciario de A Lama, sino en todas las cárceles españolas, es el narco de origen albanés, en ocasiones obrero al servicio del famoso ‘Balkan Cartel’, probablemente la organización más poderosa de Europa en la actualidad. «Suelen entrar con un trato hostil hacia los funcionarios, pero poco a poco aprenden a imitar a los delincuentes autóctonos y se van adaptando».
Por último, y partiendo de que el 30 por ciento, como mínimo, de los internos de las prisiones españolas (el 40 por ciento en Cataluña) son ciudadanos extranjeros, existen grupos delictivos que se generan en torno a sus orígenes y en el interior de la prisión. Es el caso de bandas latinas «que están naciendo dentro de los propios centros penitenciarios», como un medio para relacionarse. Pero en su caso, una vez más, la distribución de droga vuelve a ser factor diferencial.