Cuatro años y medio después de que la Guardia Civil diese un golpe de efecto a las actividades delincuenciales que se desarrollaban en torno al tráfico de drogas en O Vao de Abaixo, 22 personas se sentarán en el banquillo del Salón Noble de la Audiencia Provincial de Pontevedra. Los cuatro clanes, liderados por otras tantas mujeres, que dominaban la venta de toda clase de drogas al menudeo en la zona del poblado más próxima a la carretera de Vilagarcía, responderán ante el tribunal de la Sección Cuarta, donde se exponen a posibles penas que, en total, suman 165 años de prisión.
Así, el escrito de acusación presentado a la Audiencia, que acogerá el juicio este jueves, contempla peticiones de pena de ocho años de cárcel y 4.000 euros de multa para alias La Coneja, Jaime J.J., Manuel G.G., María del Carmen J.M. y María José G.B; siete años de cárcel y 4.000 euros de multa para Jonathan J.J. y Montserrat R.C.; ocho años de cárcel y 4.000 euros de multa para María de los Ángeles S.J. y María Azucena J.J.; ocho años de cárcel y 100.000 euros de multa para Manuel S.J., alias Lolo (por tener en su poder mayor cantidad de droga cuando fue detenido); siete años de cárcel y 4.000 euros de multa para José S.J., José Manuel S.S., alias Lito, yu Tamara S.J.; ocho años de cárcel y otros 4.000 euros de multa para Julia J.J., alias La Joaquina, Calixto S.S., Eliana S.J. y Carlos J.M.; siete años y 4.000 euros para Enrique S.J., Jennifer C.J. y Aaron S.S., y ocho años de cárcel e idéntica multa de 4.000 euros para otra de las matriarcas, la histórica Magdalena S.S.

Fruto de más de un año de trabajo desarrollado entre 2017 y 2018, la Unidad Orgánica de la Guardia Civil y, en concreto, la Policía Judicial de Cangas, logró acreditar no solo la identidad de las personas que estaban al frente del que por entonces era el gran supermercado de la droga del Norte de la provincia, sino también desentrañar su modus operandi.
La Guardia Civil, en estrecha coordinación con la Fiscalía Antidroga de Pontevedra, consiguió aportar luz y taquígrafos a las oscuras actividades de al menos 22 personas que, bajo la dirección directa de cuatro mujeres, vendían heroína y cocaína a cientos de consumidores diarios bajo unas normas muy estrictas y amparándose en la impunidad que, pensaban, le otorgaba su ubicación y su forma de vida. Y no había patriarcas, sino matriarcas. Y entre ellas, si bien su relación puede considerarse en paralelo, sobresalía la figura de La Joaquina, que, a sus 59 años, se encargaba de la coordinación cuando era preciso. Esta mujer dominaba el negocio junto a Magdalena S.S., María de los Ángeles S.J. y María Dolores alias La Coneja, todas ellas presuntas dirigentes de los clanes de O Vao de Abaixo.
Pablo Varela, jefe de la Fiscalía Antidroga, señala en su escrito de acusación que los investigados, que ahora se exponen a largas estancias entre rejas, “han venido desarrollando su actividad de modo sostenido y estructurado, integrando sus labores personales conforme a sus lazos familiares”. Clanes emparentados entre sí dominaban el tráfico de estupefacientes en O Vao de Abaixo, destaca la investigación, que asegura que “las funciones y colaboraciones particulares de cada investigado al desarrollo de la dinámica delictiva se asignaban en función de su pertenencia a una de las familias concertadas para el mismo objetivo criminal”.
El fiscal, atendiendo a los datos aportados por el Equipo de Policía Judicial de Cangas, asegura que los acusados tenían capacidad para la “atención permanente” de las necesidades de los cientos de drogodependientes que acudían al poblado en busca de sus dosis. Lo hacían mediante una perfecta coordinación que aseguraba “que la distribución de estupefacientes se mantuviese sin solución de continuidad, repartiéndose por semanas los grupos familiares”, de modo que cada una de las matriarcas recaudaba el dinero procedente de las ventas de los siete días que, según su reparto, le correspondían.
Los investigadores también lograron acreditar que, además de un espacio común para las ventas y, en ocasiones, para el consumo de las drogas, también existía “un homogéneo modo de presentación de las sustancias estupefacientes, en dosis preparadas en pequeños envoltorios de plástico anudados en forma de corbata”.
Junto a lo anterior, cada uno de los grupos familiares dedicados a la venta de cocaína y heroína disponía de al menos una chabola acondicionada para recibir a los consumidores, dotada no solo de mesas y bancos corridos para el consumo in situ, sino también de los útiles precisos, tales como el papel de aluminio necesario para la inhalación de la heroína.
Para la dispensación de las dosis de drogas, cada uno de los clanes también disponía de una estructura perfectamente organizada con la intención de controlar el consumo en las narcochabolas, los accesos a las mismas y al propio poblado, así como detectar la eventual presencia de miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado en las inmediaciones, ya no solo de la Guardia Civil sino también del Cuerpo Nacional de Policía. Estas labores, para las que eran necesarias varias personas, eran coordinadas directamente por la matriarca de cada uno de los clanes o de alguno de sus lugartenientes con superioridad jerárquica sobre el resto, sostienen los investigadores.
Uno de los aspectos que llamó la atención de los investigadores fue que cada uno de los cuatro clanes tenía una de las semanas del mes asignada para la venta de drogas, de forma rotatoria.
El Clan de La Coneja contaba con dos hombres encargados de hacer llegar la droga a la chabola destinada a la venta y al consumo y a otras cuatro personas más (coque participaban en el control de la zona. En la vivienda de la matriarca aparecieron más de 8.000 euros en efectivo y en la narcochabola, seis consumidores.
En el Clan de Los Familiares (el de María de los Ángeles), lo más destacado fue la intervención a Manuel S.J., uno de sus lugartenientes, de 200 gramos de cocaína de gran pureza. La matriarca contaba con cinco colaboradores fijos.
El Clan de La Joaquina, liderado por la citada Julia en colaboración con Calixto S.S., estaba integrado por al menos siete personas y disponía de un galpón cuya ventana interior comunicaba con otro, lo que dificultaba los seguimientos.
El Clan de La Magdalena, por último, solo pudo ser desmantelado de forma parcial.